El Rey De Los Pleitos

El Rey De Los Pleitos

Author:John Grisham
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-11-01T00:00:00+00:00


Pace quería tomarse una última copa en un bar de Georgetown, muy cerca de la casa de Clay. Iba y venía de la ciudad, mostrándose siempre muy impreciso acerca de dónde había estado y del incendio que estaba apagando en aquellos momentos. Había aclarado un poco el color de su vestuario y ahora prefería el marrón: puntiagudas botas marrones de piel de serpiente, chaqueta de ante marrón. Formaba parte de su disfraz, pensó Clay. Mientras daba cuenta de su primera cerveza, Pace pasó al tema del Dyloft y enseguida resultó evidente que, cualquiera que fuese el proyecto en el que estuviera trabajando, éste guardaba cierta relación con los laboratorios Ackerman.

Clay, con el instinto propio de un abogado experto en toda suerte de lides judiciales, facilitó una colorista descripción de su viaje al rancho de French y del hatajo de ladrones que había conocido allí, de la conflictiva comida de tres horas de duración en la que todo el mundo comía y discutía a la vez y, finalmente, del espectáculo de Barry y Harry. No mostró el menor titubeo a la hora de facilitarle a Pace los detalles, pues éste sabía más que nadie.

—Sé quiénes son Barry y Harry —dijo Pace como si hablara de personajes del hampa.

—Me pareció que se conocían bien el paño. Ya pueden, con los doscientos mil que se ganaron.

Clay habló de Carlos Hernández, Wes Saulsberry y Damon Didier, sus nuevos compañeros del comité directivo de los demandantes. Pace dijo que había oído hablar de todos ellos.

Cuando ya iba por la segunda cerveza, Pace preguntó:

—Vendiste acciones de Ackerman al descubierto, ¿verdad? —Miró alrededor pero nadie escuchaba. Era un bar estudiantil en una noche un poco floja.

—Cien mil acciones a cuarenta y dos cincuenta —contestó orgullosamente Clay.

—Hoy Ackerman ha cerrado a veintitrés.

—Lo sé. Cada día hago los cálculos.

—Pues ha llegado el momento de cubrir la venta al descubierto y volver a comprar. Hazlo sin falta a primera hora de la mañana.

—¿Está a punto de producirse alguna novedad?

—Sí, y, de paso, compra todo lo que puedas a veintitrés y prepárate para el viaje.

—¿Adónde llevará ese viaje?

—Duplicarán su valor.

Seis horas después, Clay ya estaba en su despacho antes del amanecer, disponiéndose a afrontar una nueva jornada de absoluta locura. Y esperando también con ansia a que abrieran los mercados. La lista de las cosas que tenía que hacer cubría dos páginas y casi todo guardaba relación con la ingente tarea de contratar de inmediato a otros diez abogados y encontrar un local con suficiente espacio para acoger a algunos de ellos. Parecía una tarea casi imposible, pero no tendría más remedio que llevarla a cabo; a las siete y media llamó a un corredor de fincas y lo sacó de la ducha. A las ocho y media mantuvo una entrevista de diez minutos con un joven abogado recién despedido llamado Oscar Mulrooney. El pobre chico había sido un alumno brillante en Yale, había sido contratado con muy buenas perspectivas y después se había quedado sin trabajo a causa de la implosión de un megabufete.



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